En tiempos donde el cine cabe en la palma de la mano y las plataformas digitales ofrecen estrenos inmediatos, cuesta imaginar una época en la que ver una película era un verdadero rito. En Valdivia, ese rito tuvo un guardián incansable: don Joaquín Jiménez, quien por más de cuatro décadas realizó esta labor detrás de los proyectores del que por ese entonces era conocido como “Cine Cervantes”. Su reciente partida deja un vacío no solo en quienes lo conocieron, sino también en la memoria viva de una ciudad que, como tantas otras, fue moldeada en gran parte por el poder del Séptimo Arte.
Don Joaquín no fue un hombre de luces ni alfombras rojas, sino de engranajes, celuloide y precisión. En su cabina, mientras el público se emocionaba con los grandes clásicos, él se concentraba en que cada cambio de rollo fuera imperceptible, que cada cinta estuviera en el orden perfecto y que la magia nunca se rompiera. Era un artista en las sombras, cuyo trabajo era invisible precisamente porque lo hacía bien. Detrás de cada función, había ensayo, dedicación y un amor entrañable por el cine.
Su historia es también la historia del Teatro Regional Cervantes, siendo testigo y partícipe de una época dorada, en la cual le tocó vivir los años en que el cine era un evento social, donde familias enteras se reunían y niños vivían su primera experiencia frente a la pantalla grande.
Pero más allá del técnico, había un niño que nunca dejó de asombrarse con el juego de luces y sombras. Aquel que de pequeño construía cajas proyectoras con cartón y linternas, y que descubrió en ese juego una vocación que lo acompañaría toda la vida. Fue esa misma pasión la que lo llevó a mantenerse firme en su puesto, cuando la tecnología comenzó a transformar irremediablemente la experiencia cinematográfica.
Don Joaquín Jiménez en uno de los proyectores que aún se pueden apreciar en el Teatro Regional Cervantes.
Hoy, al recordar a don Joaquín, no solo despedimos a un trabajador ejemplar, sino a un símbolo de una época en que el cine era más que consumo: era encuentro, emoción y comunidad. Su legado es también un llamado a no olvidar que detrás de cada historia proyectada hubo, y ojalá siga habiendo, seres humanos como él: apasionados, meticulosos y comprometidos con la belleza de hacer bien las cosas, incluso si nadie los ve.
Gracias, don Joaquín, por regalarnos tantos años de cine. Que su luz —esa que supo dominar con tanto cariño— siga proyectándose.
Juan Vásquez, director ejecutivo de la Asociación Patrimonial Cultural de la Región de Los Ríos